Pocos músicos colombianos cuentan con una leyenda positiva como Alfredo Gutiérrez. Lo normal en la biografía de nuestros músicos populares (y tal vez de los otros también) ha sido el fracaso: Clímaco Sarmiento que se ahorca con la cuerda de una plancha; el decimero Cico Barón que pierde la memoria; compositores a quienes despojan de sus canciones; intérpretes alcoholizados o sumidos en el sopor infernal de la droga: Adriano Salas, ciego, solo, sin familia, sin piernas, con un brazo muerto y la lengua empelotada que le impide hablar constituye una alegoría viva del artista nuestro que se entrega a su público, le brinda felicidad, le transmite las ganas de vivir, mientras se consume física e intelectualmente en un puro padecer, la mayoría de las veces sin recompensa material hasta quedar como un ente enteramente espiritual, en la eternidad de la canción y en los cirros falaces de la fama.
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